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miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA SOLEDAD, LA SERENIDAD Y LA CALMA

LOS DOCE PORTALES DEL ALMA
(DAVIDA-RED) HUMANIZANDO LA VIDA


LA CALMA

Cuando uno se interioriza  se vuelve inclusivo, esto es contar con uno,  luego cuando uno se exterioriza se vuelve participativo.
Uno puede participar y dar solo cuando se ha reconocido y se ha aceptado, solo cuando uno es uno,  uno puede sumar con otro y hacer dos. La primera suma que uno hace en la vida es la suma interior; este es el primer movimiento; el segundo movimiento es conquistar la soledad  para reconocerse, para aceptar la propia compañía, para seguir interiorizándose hasta ver que más allá de la soledad había un lugar de infinita paz que llamamos la serenidad; y es allí donde habita el ser que es inmodificable, inmutable, indivisible, y que es siempre igual a uno; allí somos la totalidad. Después viene un tercer movimiento, es de exteriorización, porque la función del alma es dar, es servir y entregar.

Es entregar el tesoro interior que habita en el alma de cada uno de nosotros.  La nota clave del alma es la calma.  La calma es la evidencia del alma en las relaciones con otros, viene del reconocimiento interior, tiene raíces en el corazón y es una estructura relacional supremamente contagiosa. Si tenemos calma ésta  se contagia automáticamente.  La calma es el sendero del medio, es el equilibrio.  El sendero del medio siempre está en el presente; es el sendero del ahora, y la meta cambia día a día; en él toda verdad es relativa.  Es aquel que rescata el observador, porque desde el punto de vista de la física las cosas no son como son, sino que depende del lugar desde donde se miren. Pero como todo es mutable, el lugar cambia permanentemente.

Buena parte de la pérdida de la calma se debe a que nosotros nos quedamos estructurados en una verdad absoluta o se debe a que nosotros no aceptamos que la mutabilidad es lo único permanente; que todo es cambiante, salvo el observador y este observador es el alma que refleja el espíritu.

Cuando estoy en una relación momento a momento; cuando sé que tus necesidades no son las mismas que ayer, cuando no me condiciono; estoy contigo en la libertad. Ahí nuestra relación produce calma.  Generalmente nuestras relaciones son de expectativas y ahí hay mucha turbulencia exterior.

La expectativa es el debería ser de la relación;  lo otro es el anclaje al pasado, que es la programación.  Solo en presente una relación puede ser equilibrada, porque el equilibrio en el tiempo es el presente, y  en el espacio son las justas proporciones. Estas significan que mi código de lectura cambie como cambia el contexto.  El único que puede vivir el contexto es el observador; cuando soy el observador me estoy convirtiendo en el centro del universo, cuando soy el centro del universo rescato mi poder; y cuando rescato mi poder interior ya no estoy sujeto a la incertidumbre de ser una veleta al viento, tengo el ancla en  mi corazón, entonces aunque afuera haya tormenta, el barco no puede naufragar, porque en el fondo del corazón tenemos el máximo movimiento, que es la máxima quietud; la máxima velocidad es la máxima quietud.

El máximo alcance y la máxima pertenencia se da en el fondo del corazón de un hombre. La calma se produce siempre cuando una persona es capaz de conmoverse; sin conmoverse no existe la calma. La calma surge de las raíces del ahora y del aquí.  La calma es confianza viva permanente y activa, que nace siempre en el corazón; es conquista permanente.

La máxima perturbación de la calma es la inmovilidad paralizante que viene del temor, que viene de la indiferencia y de la falta de compromiso porque esto cierra las puertas del alma.
Para abrir las puertas del alma hay que despejar las nubes de la confusión, las cuales son:

1.     Creer que no estamos confusos: Ese es el orgullo espiritual, este se vence con la humildad y esta es reconocer mis zonas oscuras.  Creer que se sabe, es el peor signo de la ignorancia.  El principal indicio de iniciar el sendero del discípulado es reconocer la propia ignorancia. La ilusión que se opone a la calma, es la ilusión del conocimiento.
2.     La falsa identidad: Cuando creemos que somos el cuerpo y creemos que el sentido de la vida es el placer, el poder y la salud; entonces  cualquier enfermedad o perdida se vuelve una catástrofe.  Debemos aceptar la ley de la impermanencia. Cuando vemos que las cosas son complementarias entonces se nos acaba un motivo muy grande de pérdida de calma que llamamos irritabilidad y crítica.

Hay una causa por la cual no logramos ni la calma ni la paz,  ni la soledad que necesitamos, y esa causa la llamamos separatividad, es la gran ilusión de creer que existen cosas mejores o peores; que existe arriba y que existe abajo.

Cuando vemos la vida desde todas esas polaridades, siempre asumimos la posición de víctima y automáticamente estamos juzgando.  Cuando soy víctima siempre tengo un culpable adentro y cuando soy culpable siempre tengo una víctima adentro. Si no renuncio a ser víctima no puedo renunciar a ser juez y si no renuncio a ser juez, no puedo renunciar al separatismo, el cual es el pecado capital de la evolución y es la violación de la ley esencial de la creación que es la unidad de todos en Dios, en la conciencia de Dios.

¿Cómo reconocer la calma?.  ¿Cómo reconocer las relaciones armónicas?.  ¿Cuáles son las relaciones armónicas?

Son las que se dan no desde el prejuicio, no desde la culpa, sino desde la plena fluidez del presente, son las que permiten disfrutar del otro y servirle al otro con placer; son esas relaciones en la  que uno busca automáticamente  alguien con el que uno se sienta bien, que no se sienta ni por debajo, ni por encima del otro.

El separatismo es apego.  Cuando niego tu libertad esa es una relación de dependencia y ahí nace el sufrimiento.

Hay dos ruidos grandes que nos hacen sufrir: La ignorancia y el apego o separatismo.  Si no conquisto la calma no accedo al alma. Debemos sentir que cada persona que no nos guste, es nuestro lado oculto.  Es aquello que necesitamos en aquel instante, para complementarnos; es aquello que necesitamos para poder mirarnos en el espejo de la vida y poder complementarnos.

Un discípulo es un aprendiz de la vida.  La vida del discípulo es la vida de el que conquista la calma aún en medio de la tempestad, porque es la vida del que sabe reconocer   en la dualidad la unidad esencial. La vida del discípulo es aquella que es capaz de elevarse al polo del misticismo en una meditación o en una oración, pero enseguida ser capaz de estar en  una fiesta con la familia.  Es una vida dual pero en una unidad del alma y personalidad.                                                                                                                      
Nosotros tenemos en la evolución cosas del alma y  de la personalidad, la mayoría de las cosas que hacemos son de la personalidad; así como el cuerpo respira y come, el alma se expresa obviamente a través de la personalidad que tiene actos cotidianos que no podemos llamar como espirituales, pero simultáneamente en el  seno de esa personalidad se están dando cosas sagradas.

El discípulo es aquel que es capaz de ver lo sagrado en lo cotidiano; es aquel que es capaz de reconocer que la imperfección no está afuera sino en su corazón; es aquel que reconoce que cuando hay algo no perfecto, es porque se está viendo con ojos no perfectos; es aquel que reconoce que cuando rechazamos el mundo, hay algo que rechazamos de nosotros mismos; que no es posible de rechazar a nadie sin que simultáneamente estemos rechazando internamente algo de nuestra propia vida o conciencia.

El discípulo en síntesis es el que emprende un recorrido por si mismo, que se caracteriza por la capacidad de vivir en soledad - la compañía interior - por la capacidad de conquistar en la serenidad la presencia interior del alma y por la capacidad de proyectar la luz del alma a sus relaciones para transmitir la calma.

Podemos decir que hay calma no cuando hay calma afuera, sino cuando en la relación se proyecta el alma. La calma es la ciencia de la proyección del alma a la relación con el mundo y con la gente.  Correctas relaciones humanas son relaciones que reflejan el alma y no la personalidad.

En los momentos en que no hay ninguna recompensa por la acción, en esos momentos se está filtrando el alma. La calma solo es grupal; es un atributo grupal.  Si trabajo contigo desde el alma y no por la recompensa, en ese momento el poder de mi alma se multiplica y mi poder es sanador, pues ahí está Cristo.  La calma es la coherencia en la relación; es no separatividad; la separatividad es la madre de todas las ilusiones.

Debemos  reconocer cuándo perdemos la calma. Cuando la perdamos, busquemos el elemento de separatividad y démosle un  nombre sea así por ejemplo: Juicio, miedo, rechazo o expectativa. También tenemos que reconocer los momentos sublimes que se aproximan a la calma.  Es en  el perfecto olvido de sí, donde reside el secreto de la calma, ahí es  donde el alma puede manifestar su perfecta luz.  Mientras más olvidados estemos  de nuestros  pequeños asuntos, más cerca estamos de la paz del alma.

Practiquemos haciendo  una cosa al día que no tenga ninguna recompensa. Una actividad clandestina o un acto de amor en el que no se tenga ni siquiera oportunidad de recibir las gracias, para luego descubrir cómo nos sentimos.

Desprendernos de algo, esa es la lección del desapego.  Pues así siembro un imán en mi corazón que está atrayendo la luz del alma.  Dar sin recibir nada a cambio.  La recompensa es luz del alma.  La calma es una conquista que se va dando cuando hay renuncia a lo personal, todos los días.  No es en las grandes renuncias, porque esto es masoquismo .  No se trata de que renuncies al dinero, a la familia , al trabajo , al placer o la diversión , sino se trata de que todo cumpla el rol para el cual fue asignado. Es la justa proporción de las cosas.
No es tener que renunciar a los asuntos mundanos de la vida, sino poner cada cosa en su lugar. Luego describir los momentos genuinos en los cuales tuvimos calma; preguntándonos: Dónde estábamos? ¿En qué ambiente y con quién? ¿Qué hacíamos? ¿Qué tan lejos estabamos de la vida cotidiana y de nuestros pequeños asuntos? ¿Que tan lejos estabamos de los asuntos que no son transcendentes para el alma?.

Vamos a descubrir que hay cosas terriblemente simples: por ejemplo, respirar, el olor a la tierra mojada, oler el musgo o las flores, tomar los rayos del sol, acariciarse con el viento y otros. Cuando uno se mete en el presente, descubre que hay cosas sencillas que dan felicidad.  Cuando uno no vive pendiente de la recompensa y cuando se renuncia a la recompensa, en ese pequeño instante del  olvido total, en el que se está lejos de un rol externo y se asume un rol interior; en ese instante se filtra la luz del alma, y  en ese instante somos capaces de  tener relaciones en calma.

La unidad es siempre embriaguez, la embriaguez en el sentido del éxtasis, es la capacidad de recuperar el sentido de la unión.  Si no vamos embriagados, si no vamos apasionados por la vida, soñando el proyecto de fusión con el otro, pensando en hacerle el amor a la vida en cada instante,  entonces hemos perdido la unidad.

La calma es la relación en un instante de embriaguez  interior; en la que estamos en éxtasis, porque estamos contemplando el mundo desde el alma y el alma solo contempla el mundo desde el éxtasis , a través de una ventana que es siempre el presente; en el presente está la eternidad.

Extasis es la eternidad del presente vivido desde el alma.
                   
No juicio, no programación, no expectativa, es lo que debemos  desarrollar; pero como eso es terriblemente complicado, debemos  hacer una trampita que consiste en recordar los momentos de calma y re - editarlos en nuestros pensamientos, en nuestro sentir, en nuestra vida cotidiana.  Si me produjo calma oler una flor o dar limosna a un mendigo sin que nadie me viera o hacer un sacrificio, voy a re - editar ese sacrificio; pues ese sacrificio es sacro - oficio y es aquella actividad  que produce calma en la relación.

Dediquémonos a construir desde el corazón relaciones que se revelen en calma.  No sirve la paz interior sino se traduce en la relación; si no se traduce en un cambio real de la vida cotidiana y  en un cambio en el arte de vivir; todo lo demás es realmente producto del orgullo espiritual y contribuye  más a separarse que a realizar el ritual de la vida, que es la fusión.  Ojalá  pudiéramos renunciar a muchas de las cosas que sabemos y conocemos para poder  vivir en calma .Vivir en calma es construir la red de la creación y ser creadores.

LA SERENIDAD


La Eucaristía es la verdadera ciencia de la comunicación amorosa.   Es entrar al cuerpo místico de Cristo, esa conciencia que hace que todos nosotros seamos hermanos de Dios.  Es la conciencia de la verdadera hermandad.  Sabemos que la soledad es la edad del sol, de la  plena madurez, de la propia compañía. Cuando tenemos soledad, tenemos paz y comunicación, así tenemos el compás de la vida.
Comulgar es comunicación interior, paz, comunicación con uno mismo a través de la soledad que establece o marca el ritmo de la vida.  La paz interior es la  que parte de la soledad en la que yo descubro mi propia compañía; cuando tenemos ese compás nace algo muy especial.  Cuando cogemos el ritmo de la vida marcamos el compás que da nuestra propia nota; entonces empieza a surgir algo muy bello que llamamos serenidad. Es otra estrategia para comunicar el corazón con el alma y realmente es el descubrimiento interior, ya no del alma, la cualidad o la conciencia, sino del espíritu del ser.  Serenidad realmente viene del ser.   Somos lo que somos, el ser que somos cuando alcanzamos la serenidad.  Serenidad es imperturbabilidad interior; es coherencia interior; es armonía interior que viene cuando marcamos nuestro propio ritmo o cuando producimos nuestra propia nota; es la condición única para la expresión del amor, para la expresión de la salud; es la expresión de una totalidad interior armónica.

Uno está sereno cuando es total y es total cuando es coherente, cuando es armónico interiormente, cuando no tiene ningún condicionamiento exterior para su comportamiento; en ese momento descubre su propio núcleo espiritual  y el núcleo espiritual es algo que va más allá de la cualidad de la apariencia; que va más allá de la conciencia y que representa la eternidad en cada uno de nosotros.

Cuando se conquista la serenidad, el lago de la vida se vuelve sereno y se vuelve un espejo en el cual se puede reflejar el cielo.  El cielo es nuestro espíritu.  Nosotros tenemos la tierra, el agua y el cielo.   La tierra es nuestro cuerpo físico; el agua son nuestras emociones que están marcando en buena parte nuestra personalidad.

Pues bien, cuando nuestras emociones se aquietan y el agua se vuelve transparente, se vuelve cristalina y está quieta, entonces se puede reflejar el sol; se puede reflejar el cielo; las estrellas; se puede reflejar el porvenir; se puede reflejar el Padre; la voluntad y todo aquello que en nosotros es permanente.

Conquistar la serenidad es conquistar la permanencia; nada de lo que no parte de la serenidad puede ser permanente; todo está cambiando, absolutamente todo es cambiante. La personalidad cambia, la edad, el tiempo y el espacio; cambian también las condiciones y la historia.              
                             
Pero hay un núcleo del ser que nunca cambia; hay un núcleo del ser idéntico siempre a sí mismo; hay un núcleo del ser en que todo se refleja como un espejo transparente; hay un núcleo del ser que representa el ser y que se expresa a través de la serenidad.  Ese núcleo del ser siempre es el centro del universo.  Cuando Uds. conquistan el centro de Uds. mismos están conquistando el centro del universo y cuando están conquistando ese centro siempre son el contexto del universo. Es decir, que todo aquello que miran, lo miran desde el punto de referencia, no ya desde el corazón sino desde el espíritu, de aquello permanente en Uds.
En un estado de serenidad, somos imperturbables.  Hay días en que estamos serenos, en que nada nos toca, en que nada nos conmueve, en el sentido de que si nos conmueve interiormente no nos trastorna exteriormente.  Hay días en que conquistamos un tiempo interior, días en que todo el mundo puede ir a la carrera, a toda velocidad y uno apenas se sonríe. Aunque todo el mundo corra y aunque uno mismo este corriendo, tiene quietud interior.

Cuando no somos víctimas de la velocidad exterior y descubrimos que la velocidad más grande es la de la quietud; porque cuando un hombre está quieto desde su conciencia, es omniabarcante y tiene la máxima velocidad, está conquistando la serenidad.  La serenidad se conquista cuando el tiempo ya no es exterior; cuando el tiempo se mide en el tic, tac del corazón;  en el compás de la vida que es el propio ritmo de la vida.
Yo puedo tener toda la salud física del mundo pero si no tengo serenidad, no estoy sano.  Puedo tener un cáncer pero si tengo serenidad, estoy sano. Salud y enfermedad no son cosas distintas; la serenidad nos aporta la posibilidad de llegar a ese estado de la conciencia  en que la salud y la enfermedad simplemente son maestros o son partes de un solo proceso de desarrollo.  Allí cuando nosotros somos uno, ya somos perfectos; en la serenidad existe la perfección, entonces no hay necesidad de buscarla, porque ya lo somos interiormente.  En la serenidad no existen causas ni efectos, existe la sincronicidad.  El pasado, el presente y el futuro ya viven en nuestro corazón y como viven allí ya somos dueños del futuro; no somos por eso esclavos de las expectativas.

En la serenidad somos nuestro propio espejo, entonces no nos tenemos que comparar; no tenemos que ser ni mejores ni peores porque ya somos lo máximo; ya somos nosotros, ya somos únicos como realmente somos. En la serenidad todas las cosas se vuelven una oportunidad; el código de lectura ya no es catastrófico y ya no nos duelen las catástrofes porque de todos los eventos estamos aprendiendo la lección.  En la serenidad existe el aprendiz; todos somos aprendices; nuestro magisterio es ser aprendiz; el mejor maestro es el mejor de los aprendices.

En la serenidad existe la humildad absoluta y como no existe la necesidad de compararse, ni de sobresalir, ni de competir, entonces ya podemos compartirlo todo y sabemos que todo no son nuestros conocimientos y aptitudes, sino que lo que compartimos es la vida.  En la serenidad fluye la vida y la vida fluye siempre silenciosamente.  La vida es aquello que no hace ruido, la muerte  y la violencia siempre son ruidosas.  La paz no es un ruido contra la violencia; la paz es un silencio interior que se nutre de la vida.

Así que en la serenidad se conquista la verdadera paz, no externa, no de la calma aparente, exterior; si no la verdadera paz interna, que es de donde puede fluir el verdadero río de la vida.
                                      
La mejor manera para descubrir en vivo la serenidad es ver en vivo un moribundo.  Las personas combaten contra la muerte y se aferran a la vida, pero llega un momento en que no hay lucha, hay un momento en que hay un retirarse, un silencio interior.  Hay un momento en que ya la mirada refleja una alegría profunda; en los ojos de muchos moribundos hay una paz y una alegría intensa y en ellos se puede observar mucha paz.  Ese momento ya no es solo un momento de conciencia, es un momento de contacto espiritual, es decir, son momentos en los que no se produce tanto una calma hacia el exterior sino una profunda paz hacia el interior.

Esa paz se puede conseguir en la plaza de mercado, en tu casa, trabajo o en el Tíbet, la India, Londres  y también en medio de la guerra; no importa donde uno esté. Pero esa paz es posible siempre, porque depende de nuestro ser que es inmutable, porque no depende de ninguna condición externa.

Cuando Uds. estén buscando la paz, busquen la serenidad y la soledad, cuando sepan ser su propia compañía van a ver que en el camino de la propia compañía está el camino del ser, que en ese estado de serenidad que les produce el contacto con el ser, existe un estado de conexión espiritual.  Ese es un samadhi.  Nosotros creemos que el  samadhi es el arte de cerrar los ojos y repetir mantrams, no es así.  El samadhi es el arte de comulgar con la vida serenamente desde nuestro corazón; desde lo más profundo y sagrado de nuestro ser.  Cada vez que Uds. tienen un estado de alegría genuina; cada vez que Uds. No tengan un por qué y para qué de las cosas; cada vez que Uds. no tengan un si condicionante para lo que son o para lo que hacen, están alcanzando un estado de serenidad.  Ese estado de serenidad  ya no es un contacto con el alma, sino con el espíritu, con la chispa divina que hay en cada uno de nosotros; allí somos perfecta salud.  En ese estado de conciencia nos sanamos aunque el cuerpo se muera porque entendemos que no somos el cuerpo, sino que ese ser representa la continuidad de la conciencia.

Vamos a rescatar aquellos momentos de la vida en que nos sentimos serenos; aquellos momentos de la vida en que nos sentimos serenos aunque nos hubieran ofendido o hubiera sido catastrófico todo afuera. Cuando conservamos nuestra solidez interior descubrimos que esos momentos frecuente y paradójicamente son momentos de crisis.


Los grandes desafíos despiertan lo mejor del ser, lo mejor de nuestro potencial espiritual.   Cuando las pequeñas cosas derrumban la personalidad, las grandes cosas fortalecen el alma.  Así que son las grandes crisis y los grandes desafíos,  los que ponen a prueba nuestra paz interior.

La paz interior la reconocen en medio de la crisis. Uds. ven que en medio de la crisis todo el mundo sale corriendo y una persona se detiene a salvar a los otros; o que alguien se está ahogando y hay una persona que se tira al agua, esa no es la personalidad que calcula, no es la mente inferior, es el ser y se da en un estado de serenidad.   Cuando en medio de la crisis mantenemos la serenidad, tenemos el timón de la vida; el timón es un norte espiritual que cada uno de nosotros tenemos. Tener ese timón de la vida dirigido al norte espiritual depende de practicar la serenidad en momentos de crisis.

Hay un solo enemigo de la serenidad y ese enemigo es el sentirse víctima de los eventos.  Todos nosotros en la vida jugamos inconscientemente el juego de ser víctima; “del pobre de mí”, de” ser pobrecitos”; sufrir los eventos y buscar hacernos las víctimas para que nos protejan.  No hay nada más agresivo, ni más deshumanizado, ni más lejos del ser y de la serenidad.  Entonces vivimos de lamentaciones; nos hacemos los héroes y los mártires a través de la queja continua.  Nos quejamos si el día está frío o caliente.  No hay días feos ni bonitos; no hay momentos feos ni lindos, eso depende de los anteojos con que se mire.  Si yo miro la vida desde la queja continua realmente nunca puedo obtener la serenidad porque la serenidad surge del heroísmo y del compromiso en un momento de peligro supremo.

Cuando alguien que es temeroso e indeciso actúa con valentía en un momento de peligro, o al ser atacado, podemos estar seguros que esa reacción es del alma, porque ahí no existe el miedo, ahí existe, el ser valiente que hay en todos nosotros.  Que no es el que no experimenta el miedo; es el que aún en condiciones críticas o de miedo, sabe guardar su centro y ese centro interior es el núcleo de serenidad.

Vamos a reconocer esos momentos de la vida que mantienen nuestra serenidad y esos eventos que perturban nuestra serenidad.  Miren todas las circunstancias de la vida en que Uds. estén irritables.  Ya hemos visto que la irritabilidad es el veneno mas mortal de la vida,  en ese estado de irritabilidad se pierde el centro;  es víctima, se va a la deriva de los acontecimientos; se ha perdido el timón; se ha perdido el norte y no son seres espirituales.  Es decir, en esos momentos ni siquiera se es humano; se es animal que ataca o huye, pero se ha renunciado a la conciencia humana; al nivel humano de la conciencia.  Reflexionemos sobre esto. Tenemos un compás de la vida que es un ritmo espiritual; ese ritmo espiritual es saber vivir en soledad con serenidad.


LA SOLEDAD



Los momentos sublimes que fueron momentos de una cúspide de la conciencia, fueron momentos de plenitud y soledad; fueron momentos de compañía y solidez interior.  Fueron momentos en los que la sensación tenue y permanente de vacío que nos habita, cambia por una sensación de alegría y  plenitud, de estar no en el mundo, sino de ser el mundo; esos momentos los podemos conseguir cuando realmente sabemos estar con nosotros.

Miremos nuestras relaciones para poder analizar nuestra soledad. Miremos el vacío de nuestras relaciones, nos quejamos del vacío de nuestras relaciones, de que no nos quieren; de ingratitud, de injusticia en la relación.  Pero ese vacío en las relaciones no es más que nuestro propio vacío; no es sino reflejo de nosotros.  Todas las relaciones que no son periféricas, todas las relaciones que salen desde el centro; todas las relaciones que nacen desde mi edad del sol; desde mi soledad, son relaciones sólidas. Son relaciones que se prolongan en el espacio y el tiempo independientemente de la proximidad o de la distancia.

Cuando me relaciono con alguien no desde mi dependencia, sino desde mi soledad interior, desde mi corazón, desde mi alma, yo no necesito que esté ahí para quererlo, ni para sentir que me quiere; se podría ir y cuando vuelva es como si hubiera estado siempre ahí.   Cuando logro eso, no temo que la gente se vaya, porque la gente desde el lenguaje del alma siempre se queda.

Cuando una relación es genuina, la gente nunca se va, se va solo físicamente.  La conciencia nunca se va ; cuando alguien se va no nos deja vacíos, nos deja plenos de su presencia, que es conciencia pura; entonces no se genera dependencia.

Si el sentido de mi vida es poder mirarle, entonces el sentido de mi vida es tan superficial, que mi vida no tiene sentido.  El sentido de mi vida es poder dejarte en mi corazón, es poder vivir contigo aunque no estés aquí.  Es poder abrazarte cuando llegues, pero es poder sentir tu calor cuando te vas.   Ese es el sentido de la vida y ese sentido es aportado por la soledad.  Porque cuando Uds. están con Uds. mismos, nunca van a estar solos aunque el universo estuviera totalmente vacío.  Ese es el sendero del místico.

El sendero del místico es el de la belleza interior; la belleza interior es la perpetua compañía; es lo que nos permite conmovernos o movernos desde el interior y no desde afuera, porque tienen un corazón sensible que viene de su propia solidez interior que es la del alma; ahí se puede conquistar la genuina relación.

Para tener una sólida compañía hay que partir de la soledad.  Si no sabemos estar solos, nunca vamos a saber estar acompañados; y todas nuestras relaciones van a estar llenas de condiciones, de apegos, de vacíos, de sufrimientos.  La dependencia produce apego o el apego produce dependencia; ambas son la raíz del sufrimiento. 

Yo no sufro porque me dejaste o porque volviste, sino por el apego a lo uno o a lo otro.  Es el temor de que te vas o es el apego para que no te vayas, quizás el afán de retenerte; ambas cosas llevan al sufrimiento.

 El sufrimiento es un revelador de nuestra ausencia de compañía interior y de nuestra falta de entrenamiento en el sendero de la soledad.  Lo peor que a uno le puede pasar es morirse.  La muerte psicológica es quedarse solo; entonces nos preguntamos: Que tanto significa eso?.   Frecuentemente ese es el mejor regalo que nos puede dar la vida. Entre mis pacientes hay un grupo extraordinario de personas que fueron muy poco felices mientras estuvieron casadas,  se les murió el esposo y recién empezaron a vivir porque eso no era un matrimonio; dependían del esposo, eran dominadas y  sostenidas por él; le criaban los hijos al esposo y los tenían para él; eran en cierta forma un animalito para permitir la reproducción de la especie; pero no eran mujeres, ni eran mamás, ni eran esposas, ni eran seres humanos en ese sentido de la palabra  que es asumir la responsabilidad de la propia vida.  Resulta que ocurrió la catástrofe, pues no sabían trabajar y recibieron un poco de cosas y no sabían que hacer con ellas; empezaron luego a trabajar, a hacer cosas, y empezó su vida a tener sentido, que fue educar a sus hijos.

Entonces nos preguntamos: Será una catástrofe quedarse solo, sin dinero, sin afectos y sin aquellas cosas que considerábamos indispensables para vivir ? O realmente cuando la vida nos regala la soledad, la renuncia, la deprivación afectiva, no nos estará dando una genuina oportunidad para que por primera vez seamos nosotros lo que realmente somos ?.  Para que despertemos lo mejor de nuestro potencial y de nuestros recursos?

El dolor y la soledad son los despertadores espirituales más grandes que existen. 

Mientras tengamos todo ese ruido exterior de la falsa compañía o de la falsa búsqueda, de relaciones que son falsas, realmente nosotros no podemos crecer.  Simplemente creemos que estamos cojos y buscamos muletas y seguimos buscándolas toda la vida y andamos cojeando de la conciencia, toda la vida.  Así que debemos aceptar nuestra soledad y aceptar el potencial que se esconde detrás de la soledad.  

Vamos a descubrir la trampa de la huida: Cuando trabajamos innecesariamente más de la cuenta; cuando no trabajamos para servir; cuando somos adictos al trabajo, al sexo o a la religión; a veces nosotros llenamos nuestros vacíos de oraciones.  Si lleno mi vacío de una oración genuina del corazón seguramente no tendría que decir mil padre nuestros, con uno solo sería suficiente.  Pero llenamos nuestro vacío de comida, de oraciones, de dinero, de trabajo, de actividad, de movimiento externo, y cuando estamos buscando eso, es porque estamos vacíos de nosotros; ese es un momento para buscar la soledad.

Pero también podemos llenar la soledad de soledades, no se trata de eso tampoco; no se trata de que tenga que sacar tres meses para llenar mi vacío con más soledades.  No son soledades en plural, la soledad es singular; hay una soledad que no depende del contexto exterior y es la soledad del corazón. En esa soledad del corazón yo siempre estoy conmigo, así real y genuinamente puedo estar también contigo.

Si no estoy conmigo, jamás aunque lo pretenda puedo estar genuinamente contigo; te puedo hacer el amor, puedo compartir contigo mi dinero, pero no estoy contigo, por más íntima que sea la relación; será una relación que me va a generar más vacío. Todas las relaciones generan un profundo vacío sino parten de un común denominador, eso es que antes me debo relacionarme conmigo mismo, antes estoy conmigo.  Cuando estoy conmigo, ya ninguna relación puede llegar al vacío porque es una relación que se construye desde adentro.

No podemos construir ninguna relación genuina  sino tenemos momentos de soledad, de descubrimiento interior, de contacto íntimo con nuestra esencia. La soledad es estar con nosotros mismos, cuando estamos con nosotros nunca estamos solos. No temamos a la soledad porque son momentos de descubrimiento y confrontación interior que enriquecen nuestra vida.
                                       
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